martes, 30 de marzo de 2010

La parte de los críticos

A) La parte de los críticos
Como en un chiste, un español, un francés, un italiano y una inglesa van en busca de un escritor alemán desaparecido. Cuatro críticos, cuatro profesores de universidad, cuatro incansables lectores en busca de un autor de extraño nombre italiano con reminiscencias de la vieja aristocracia germana, Benno Von Archimboldi, del que sólo se sabe que es prusiano y debió nacer en el periodo de entreguerras. Nada indica que el novelista desee ser encontrado, es más, todo apunta a que él mismo ha tomado las medidas oportunas para su propia desaparición. Sin embargo, estos cuatro críticos fisgones siguen con incansable celo las poquísimas pistas de aquel a quien ha tragado la tierra.
Jean- Claude Pelletier, el francés, se ve súbitamente deslumbrado a los diecinueve años por la lectura de Archimboldi. Cuando descubre al alemán nadie parece conocerlo, ni críticos ni aficionados, siendo su obra de difícil acceso y confundiéndolo la mayoría con el pintor renacentista Giuseppe Arcimboldo, quien inaugura la larga lista de personajes con correlato histórico en la novela. El hallazgo del alemán se debe al capricho de las jóvenes lecturas de universitarios ociosos. Quiere el destino que Pelletier lo dé a conocer al país galo con un éxito veloz, convirtiéndose en especialista y traductor de su obra. El joven Jean- Claude consigue una plaza de catedrático en la Sorbona.
Piero Morini, el italiano, es el único de los protagonistas cuya vida académica se percibía ya trazada antes de interesarse definitivamente por la obra archimboldiana. Obligado a desplazarse en silla de ruedas, Morini es también el mayor en edad de todos los personajes, lo que le confiere un carácter más calmado y reflexivo tanto para exaltaciones amorosas como para ímpetus literarios relacionados con la pesquisa biográfica del alemán.
Manuel Espinoza, el español, se nos describe como un joven y poco sociable estudiante de filología española. Su incursión en la literatura alemana procede de los círculos literarios madrileños, los cuales frecuentaba debido a su frustrada y al punto cómica pretensión por ser escritor. Apodado como «Werther», quizá Espinoza sea el más sentimental e inseguro de todos. El impulso principal por el que se especializa en la obra de Archimboldi parece ser la necesidad de sentirse respetado junto con el rencor ante sus antiguos amigos escritores.
Liz Norton, la inglesa, joven, impulsiva, perspicaz, inteligente, guapa, con un pasado amoroso digno de reseñar (frente a la aparente soledad de los otros tres), despreocupada y dotada de un fuerte magnetismo por el que sus colegas se verán irresistiblemente atraídos, accedió a Archimboldi por casualidad. Su aparición en la manida escena universitaria es advertida como providencial. Norton significa una mirada distinta, un soplo de aire fresco, una vitalidad en la que todos querrán envolverse.
Los cuatro se transforman en especialistas y los cuatro parecen mantener la misma postura con respecto a la obra del escritor, postura que al parecer los enfrentará con otra facción de críticos archimboldianos. Como académicos que son, su vida transcurre entre artículos y congresos, donde se encontrarán frecuentemente. Gozan de una vida no demasiado apasionante que sin embargo logran revestir de interés gracias, precisamente, al misterio de la desaparecida vida del gran novelista prusiano. La pista de tales investigaciones ayuda a la creación de vínculos cada vez más estrechos entre ellos que finalmente desemboca en un triángulo amoroso de tintes adolescentes entre Norton, Pelletier y Espinoza, del que Morini será confidente imparcial.
La suerte y la fama de las distintas novelas del autor eran muy diferente en cada país, si bien en ninguno de ellos disfrutaba de gran consideración, lo que hacía de su búsqueda tarea ardua. La indagación será llevaba a cabo mediante un concienzudo rastreo de revistas minoritarias, artículos sin pena ni gloria, diccionarios de literatura alemana sin demasiada seriedad, algún que otro cotilleo, etc. Gracias en parte al trabajo de los personajes, la notoriedad del autor irá en aumento sucediéndose los congresos que facilitarán sucesivamente la búsqueda.
Se convierten en auténticos detectives del papel impreso, sabuesos rastreadores de tinta sobre la que basan el grueso de sus exploraciones. Apenas cuentan con una poco fiable anécdota por parte de un suavo, que dice haber tropezado con Archimboldi en la posguerra, y el inconexo testimonio de su anciana editora, la señora Bubis. Sus únicas informaciones coincidentes son vagas impresiones sobre su apariencia física, delgado y altísimo, como si en vez de un ser humano Archimboldi fuera un alga marina.
Como caída del cielo, dan fortuitamente con la ubicación del alemán. Un estudiante mexicano de intercambio en Europa les habla de un hombre, un intelectual apodado El Cerdo, que, según él, había ayudado a Archimboldi a desplazarse desde México DF al Estado de Sonora ¿Sonora? ¿Dónde está Sonora? ¿Por qué Sonora? ¿Qué hace Archimboldi en la frontera de México con Estados Unidos? Sabemos que uno de ellos, Morini, escuchó una vez hablar de este lugar, donde se estaban llevando a cabo terribles asesinatos contra mujeres, pero no lo recuerda. Es entonces cuando Norton, Pelletier y Espinoza emprenden viaje a la siniestra ciudad de Santa Teresa, capital de Sonora. El italiano se disculpa, en parte por enfermedad, en parte por no creer demasiado en la empresa de hallar al desaparecido Archimboldi.

Una vez en la ciudad mexicana, se pone de manifiesto la incompetencia real de los críticos a la hora de realizar una verdadera investigación. Se moverán en el peculiar y más bien poco interesante círculo universitario sonorense, en el que destaca Amalfitano, el profesor chileno que protagonizará la segunda parte de la novela. Durante el tiempo en que permanecen en la ciudad asisten a algunas fiestas dadas en su honor y apenas dictan un par de conferencias. En ningún momento toman verdadero contacto con la realidad de la población, llena de miseria, explotación laboral, violencia, machismo, abusos sexuales y corrupción. Cada uno a su manera, los tres parecen intuir el horror que se está produciendo en esta inhóspita parte olvidada del mundo. Sin embargo, los críticos abandonarán Santa Teresa sin percatarse de la dura realidad social que viven los habitantes de Sonora, particularmente las mujeres, asesinadas impunemente desde hace años. Por supuesto, regresan a Europa sin noticia alguna de Archimboldi.
En «La parte de los críticos» otras historias se entremezclan en la trama principal a modo de narraciones que aparecen y desaparecen de la vida de los protagonistas. De todas, quizá la más digna de reseñar sea la historia de Edwin Jones, artista plástico que se automutila la mano derecha para colocarla en el centro de un radicalísimo autorretrato final. Piero Morini, a quien Liz Norton ha introducido en la vida del pintor, acude fascinado al sanatorio suizo donde se encuentra ingresado el artista. Su fin: preguntarle el porqué de esta acción castradora. La más inesperada pero también la más coherente respuesta (a tenor del funcionamiento del mercado del arte actual) nos es descubierta: por dinero, lo hizo por dinero. La historia del pintor servirá como telón de fondo del acercamiento creciente entre Norton y Morini siendo su muerte el impulso definitivo para un noviazgo que pone punto y final a las relaciones que Norton había mantenido con los otros dos críticos.
En un momento impreciso de su estancia en Santa Teresa, el crítico español se sobresalta al toparse con un hombre muy alto que bien pudiera ser Archimboldi. En seguida se da cuenta de que no puede tratarse del autor ya que el desconocido parece un agricultor o un ganadero. Sólo al final de la novela, en «La parte de Archimboldi», nos enteramos de que el prusiano simultánea el oficio de novelista con el de jardinero. ¿se cruzaron Benno von Archimboldi y Manuel Espinoza?

La parte de Amalfitano

B) La parte de Amalfitano
Esta parte es el retrato de un hombre que parece percibir la realidad sin filtros, más allá de toda inconsciencia, por tanto, de un modo insoportable –incluso incomprensible- para cualquier mortal. Amalfitano (al igual que Bolaño cuando redactó la obra) es un chileno de cincuenta años casado con una catalana. Su vinculación con Archimboldi se resume en una traducción que encargara una editorial argentina al joven Amalfitano cuando éste aún no había cruzado las fronteras de su país natal. La vida anterior de nuestro nuevo protagonista, en la que residió en Chile y en España, aparece ahora irremediablemente concluida. En el momento en el que Amalfitano entra en la historia es profesor de filosofía de la Universidad de Santa Teresa y vive paralizado por el horror.
Amalfitano tiene una hija, Rosa, fruto de un rocambolesco matrimonio con Lola, quizá uno de los personajes más alucinados de toda la novela. Lola abandona a su marido y a su hija siendo esta muy pequeña. Su objetivo a medio camino entre lo épico y lo grotesco es encontrar a su poeta preferido -recluido en el manicomio de Mondragón- para evitar a toda costa el anunciado fin de su estirpe engendrando un descendiente. El poeta, por supuesto, es trasunto del conocido «novísimo» Leopoldo María Panero. Durante algún tiempo Lola mantiene contacto epistolar con su familia. La disparatada empresa a la postre fracasa debido a la actitud del poeta. Dándose por vencida, comienza un largo vagabundeo. Siete años después, Lola se encuentra con Amalfitano por última vez, lo hace movida por el deseo de anunciarle su fallecimiento cercano, padece de sida. Cuando se marcha y pese a la confesión de su grave enfermedad, Amalfitano la imagina muerta por asesinato, como un cadáver encontrado en la carretera después de ser violado y golpeado, imagen esta que lo acompaña durante años.
Un día, ya en México, entre sus numerosas cajas de libros arrastradas desde Cataluña, aparece uno que juzga desconocido, Testamento geométrico, un pequeño manual de geometría con el que Bolaño rinde homenaje al poeta gallego Rafael Dieste. Sin saber muy bien el porqué, Amalfitano se obsesiona con esta obra. A imitación de Duchamp, decide colgar el libro en el tendedero como ropa puesta a secar. Dedicará horas enteras a la observación de los efectos del viento, páginas que corren deprisa y atropelladas o lentamente, de una en una, según sople el día. Sabemos por esta acción que «La parte de Amalfitano» transcurre en un tiempo anterior a «La parte de los críticos» ya que estos tienen ocasión de ver y comentar este acto performático.
El interés por su trabajo decae y con él, el impulso vital propio de cada persona. En sus clases se entretiene haciendo figuras geométricas, escribiendo aleatorios nombres de filósofos en la punta de cada vértice; tal vez estremecido por el deseo de alterar la tradición y con ella la jerarquía, o puede que sólo por el placer de la pura experimentación. Estas acciones, aparentemente inconexas y carentes de motivo alguno, son los primeros síntomas de la suerte de locura que sufrirá Amalfitano.
Como decimos, su estado de ánimo se va haciendo cada vez más depresivo, más pesado, como si fuera el único en Santa Teresa que se diera cuenta de lo que está ocurriendo desde 1993 y, por ello, tuviera que cargar con toda la culpa.
Amalfitano es profundamente infeliz en Santa Teresa, está muy preocupado por su hija que cumple ya dieciocho años. Su círculo social se reduce a una compañera y a un estudiante. La situación se vuelve crítica cuando empieza a escuchar una voz dentro de su cabeza, voz que se identifica en primer lugar con su abuelo y en segundo termino definitivamente con su padre. El padre de Amalfitano era un italiano emigrado a Chile que, sin embargo, en su fantasmal reencarnación como tormento de su hijo, habla con expresiones y acento mexicanos. Detrás de la comicidad que encierra la situación se deja translucir una terrible y oscura angustia. El lector no puede evitar solidarizarse con el simpático y desgraciado Amalfitano, quien aparenta revivir el viejo vínculo entre lucidez y locura.
La parte de Amalfitano carece de una acción o trama principal que aglutine los miles de delicados pasajes que se cosen y se desprenden solos en torno a la figura de este entrañable padre. No es una biografía como lo será «La parte de Archimbolidi», tampoco la historia de un viaje como «La parte de Fate», ni siquiera es la búsqueda de otro crítico. Amalfitano es sólo un hombre y su «parte» es pura escritura.

La parte de Fate

C) La parte de Fate.
Quincy Williams, conocido como Oscar Fate, un neoyorkino que trabaja para una pequeña revista dirigida al público afroamericano, es el protagonista de la tercera parte. Fate se encarga de las pequeñas crónicas sociales y políticas que casi siempre versan sobre viejas glorias del mundo negro estadounidense, como Barry Seaman, el ex pantera negra reconvertido en cocinero de costillas de cerdo, o Ulises Jones, el último comunista de Brooklyn. Entonces, ¿qué tiene que ver un negro de Harlem que escribe para Amanecer negro con cuatro críticos europeos dedicados a la literatura alemana? ¿Y con un profesor universitario chileno que vive en México? ¿Y con un anciano escritor alemán de posguerra desaparecido? ¿Dónde se cruza el destino de Fate con el de los demás personajes de 2666?
Podría muy bien pensarse que «La parte de Fate» esta menos vinculada que el resto a la figura de Archimbolidi y a los crímenes de Santa Teresa, los dos polos que unifican y sostienen la novela como la piel y el esqueleto de este indómito animal que es 2666. Pero todo parece indicar que es precisamente aquí, en «La parte de Fate», donde hay que ir a buscar muchas de las claves necesarias para desentrañar los misterios del texto. Es gracias a esta mirada ajena y foránea de Fate, donde el lector traza sin saberlo el dibujo ineludible del marco espacial de la obra, es decir, la ciudad de Santa Teresa, al tiempo que se prepara inocentemente para lo que vendrá después, el largo viaje plagado de cadáveres que se avecina.
Al comienzo del relato, Fate es alcanzado con la noticia de dos muertes: la primera, su madre, fallecida en la misma barriada negra donde creció y vivió toda su vida; la segunda, el responsable de la sección de deportes, asesinado en Boston. Fate acoge la noticia de la muerte de su madre con dolor impreciso, sin dramatismo, casi estoicamente, Es un hombre duro que ha sufrido un gran golpe pero se mantiene en pie, aunque esta pena, claro, lo altera y confunde hasta un punto que se tornará pesadillesco en algunos momentos del relato. La segunda de las muertes, carente de toda sentimentalidad dentro de la redacción, lo condiciona por contra en un sentido mucho más directo: debe sustituir a su colega en un combate de boxeo que se celebrará en México entre dos púgiles de ambas naciones, Count Pickett contra Merolino Fernández. Oscar Fate es descrito como un hombre de apariencia atlética y robusta pese a lo cual carece por completo de conocimientos o interés sobre el boxeo. En verdad este trabajo le es incómodo. Aceptó un tanto por imposición y otro tanto como consecuencia de la resaca afectiva que le provoca la muerte de su madre. El lugar al que debe dirigirse es Santa Teresa, Sonora.
Se pone en marcha sin más remedio y ya en camino, en un hotel de Detroit, se queda dormido con la televisión encendida, exhausto después de los preparativos del funeral de su madre. En la pantalla, un reportero chicano habla de la frontera, de los polleros, de una estadounidense desaparecida… Será su primer contacto con México. Comienzan las casualidades.
En la frontera, Fate se cruza inesperadamente en un café con un misterioso «tipo canoso» al que todos parecen respetar, el profesor Kessler, pionero en el trazado psicológico de asesinos en serie, investigador invitado por las autoridades finalizando su segunda visita a Santa Teresa. Este encuentro será fundamental para datar los hechos al tiempo que útil para el entendimiento global del texto.
Por fin en la ciudad se aloja en un motel del norte, frente al gusto de la mayoría de los corresponsales deportivos, que escogen un lujoso hotel resort del centro. Fate se encuentra doblemente en terreno desconocido puesto que ignora por igual todo lo referido al evento y al lugar donde este se celebra. Siguiendo una de sus pocas referencias, se encamina a la sesión de entrenamiento del semipesado mexicano. Allí conoce a Chucho Flores, periodista local, quien le muestra algunos lugares típicos de la ciudad haciendo menos extraño su viaje, también le presenta a algunos nativos, su amigo Charly Cruz, «el rey de los videos», supuesto experto en el cine de Robert Rodriguez, y a Rosa Méndez, una muchacha inocente y estúpida.
Es en la rueda de prensa de los combatientes cuando Fate repara por fin de forma consciente en el enrarecido ambiente que le rodea. Algo está pasando, algo que todos conocen íntimamente pero a lo que nadie desea aludir de frente. Todos simulan guardar silencio en un extraño pacto tácito, de modo que una pequeña alusión realizada por uno de los corresponsales estadounidense hace estallar el ambiente. La pequeña mención es interpretada por los congregados como una afrenta, un ataque directo al orgullo patrio y, por tanto, fuertemente rechazada. Una vez fuera, Fate, desconcertado, pregunta a Chucho Flores por el motivo del exabrupto. En la respuesta que este le da se encuentra una descripción de Santa Teresa sobre la que tendremos ocasión de hablar más adelante.
Como decíamos, con Fate se vaticinan muchas e interesantes respuestas a los misterios de los crímenes, crímenes que aún el lector no conoce. Tras la descripción del mexicano , Fate acierta a denominar por vez primera a la ciudad como «cementerio olvidado» . Nuestro protagonista tiene olfato y talento para interpretar la consistencia de la realidad así como el peligro, pronto intuye que las dos palabras son una sola en Santa Teresa. Es por esto por lo que decide escribir a la redacción pidiendo los medios para realizar un reportaje total, «un retrato del mundo industrial en el Tercer Mundo –dijo Fate- un aide- mémoire de la situación actual en México, una panorámica de la frontera, un relato policiaco de primera magnitud ». Su petición será denegada por no contener ningún tipo de temática negra.
Del mismo modo en que se cruzó con el detective Kessler, el destino mueve al neoyorkino a encontrarse con Guadalupe Roncal, la redactora del D. F que continúa las investigaciones que siete años atrás empezara la única persona que tuvo arrojo y capacidad para ello, Sergio González, ahora muerto, cuya historia nos será relatada en la siguiente parte. Ella le pide que la acompañe a una entrevista con Klaus Haas, el único sospechoso encarcelado, estadounidense de descendencia alemana. Fate acepta.
Quiere el azar que el día del combate, el norteamericano tome asiento junto a una bella catalana llamada Rosa, de apellido Amalfitano, novia de Chucho Flores. Apenas unas páginas antes, Fate había preguntado por un cerro, cerro que resultó ser un enorme vertedero, una montaña hecha con las basuras y los desperdicios de la ciudad. El periodista había apuntado sin saberlo al lugar inmundo donde van a parar gran parte de los cadáveres de las desaparecidas. Todo es observado por el extranjero con la distancia, tranquilidad y perplejidad de una lupa de aumento; una mirada limpia, exógena, reveladora para el conjunto de los hechos.
Finalmente, el púgil mexicano sobre el que se habían puesto grandes esperanzas sufre una ridícula derrota, que no impide al grupo formado por Fate, Chucho Flores, Charly Cruz, Rosa Amalfitano y Rosa Méndez emprender lo que se tornará una larga y difícil noche de fiesta. Más tarde, el periodista no recordará si visitó tres o más discotecas, de lo que sí guardará memoria es de cómo una mujer es golpeada impunemente en el último de estos lugares. El grupo al completo junto con otros invitados se trasladan a la casa de Charly Cruz. El rey de los videos agasaja a sus visitantes con una película porno. Fate decide abandonar la habitación antes del visionado del segundo rollo a pesar de que aún nadie ha mencionado la posibilidad de que películas snuff se estén rodando en Santa Teresa. Se siente fuertemente atraído por Rosa Amalfitano y decide ir en su busca. La encuentra en una habitación con su novio y un inquietante tipo con bigote que, al parecer, mantiene negocios con Chucho Flores. Algo -no se sabe bien qué, aunque motivos no parecen faltar ante la impudicia de la situación- impulsa a Fate a querer llevarse a Rosa Amalfitano. Para conseguirlo, se ve obligado a empuñar un arma, una pistola que previamente lo había apuntado a él y que consigue robar a uno de los turbadores invitados que se encontraban en aquella casa, un tal Corona.
Rosa Amalfitano, Chucho Flores y Fate huyen en el coche de este. Dejan al mexicano en una parada de autobús y la pareja formada por el neoyorkino y la catalana resuelve esperar el final de la noche en el motel. Rosa enciende la tele y descubre a una anciana que aparenta hablar sobre algo «muy grave ». Habla de los crímenes cometidos contra mujeres y se trata de Florita Almada, «la santa», una asidua del Show de Reinaldo cuya aportación a «La parte de los crímenes» será decisiva.
Mientras esperan a que amanezca, Rosa le confiesa a Fate cómo había sido su relación con Chucho Flores, «cada vez más extraña ». Le cuenta también las tres preguntas que su padre le había hecho. La primera, qué opinaba de los hexágonos; la segunda, si sabía construir un hexágono; la tercera, qué juicio le merecían los asesinatos de mujeres. Al buen profesor Chucho Flores le daba mala espina.
El recepcionista del motel donde se hospeda Fate, precavido, informa a Fate de que la policía mexicana los está buscando, no sin antes dar una pista falsa sobre el paradero de ambos. Se preguntan cómo es posible una celeridad tal en un cuerpo de seguridad a todas luces incompetente. Tal vez la deferencia haya que agradecérsela a Chucho, tal vez a Charly, tal vez al tal Corona, lo cierto es que abandonan la habitación y se dirigen a la casa de Amalfitano. Al enterarse el padre de Rosa de lo sucedido, le pide a Fate que ayude a su hija a salir de México, que por favor la lleve hasta Estados Unidos donde pueda embarcarse en un avión rumbo a Barcelona. Este acepta. Para cuando Rosa ha cogido su pasaporte y algunas pertenencias ya hay un Peregrino negro aparcado frente a su casa. Sólo más tarde conoceremos que este coche, el Peregrino negro, es el usado para secuestrar a las víctimas. Fate recuerda su cita con Guadalupe Roncal, pero ahora lo importante es poder abandonar la casa con seguridad. Amalfitano da una clave incuestionable: el hombre que conduce el Peregrino negro es un policía judicial. Pero, ¿cómo lo sabe?, ¿cómo puede el profesor disponer de esta información? La despedida entre padre e hija trae a la memoria de Fate el fallecimiento de su madre. Amalfitano se dirige a hablar con el judicial con el fin de distraerlo para que su hija y el norteamericano puedan abandonar la casa con tranquilidad. Fate cree advertir que Amalfitano y el judicial se conocen, que no es la primera vez que hablan. ¿Acierta una vez más con su intuición? ¿De qué se conocen el chileno y el policía de Santa Teresa? ¿Tiene esto algo que ver con la tristeza de Amalfitano?
En la última de las escenas de esta tercer parte, Guadalupe Roncal, Óscar Fate y Rosa Amalfitano se enfrentan cara a cara con el único sospechoso de los crímenes encarcelado: Klaus Haas, sobrino de Archimboldi. Última de las causalidades.

La parte de los crímenes

D) La parte de los crímenes
¿Qué es «La parte de los crímenes»? ¿Qué son estas doscientas cincuenta y dos páginas de desnuda descripción de mujeres muertas?
Santa Teresa, ciudad perteneciente al Estado de Sonora, trasunto de Ciudad Juárez (Chihuahua), es la última capital de México, hace frontera con Estados Unidos, un enorme desierto la separa del sueño americano. A esta línea del mapa vienen a parar en un goteo incesante inmigrantes centroamericanos además de los del propio país. Muchos de ellos se emplean pacientemente mientras esperan que algún «pollero» o algún «coyote» les ayude a cruzar a cambio de una cifra considerable. El paro es escaso en una ciudad donde se hallan numerosas fábricas, casi todas de origen estadounidense. Las maquiladoras se instalan aquí gracias a las cuantiosas ventajas que este suelo ofrece, como por ejemplo, la situación de explotación que el gobierno mexicano les permite mantener con sus trabajadores: largas jornadas, sueldos miserables, falta de representación sindical, contratos precarios, etc. Condiciones que la desesperada población, residente o de paso, no tiene más remedio que aceptar. Es costumbre que en el viaje hacia Estados Unidos, los inmigrantes pierdan parcial o totalmente el contacto con sus familiares, muchos son dados por muertos, de otros se cree lograron cruzar... Esto explica en parte el desarraigo voraz de estos hombres y mujeres, cuyo síntoma más palpable es la debilidad, cuando no la apatía, con la que zanjan la búsqueda de sus parientes desaparecidos. El narcotráfico es la principal fuente de ingresos de la ciudad. Su vínculo con la policía y las altas esferas políticas es férreo, además de público y notorio. Por tanto, ilegalidad y poder se asientan fácilmente sobre la desigualdad social, creando así entre la población una sensación de derrota anticipada que, unida al aislacionismo de la zona, se traduce en una flagrante inmunidad criminal.
El primer cadáver: Esperanza Gómez Saldaña, trece años, aparecida en enero de 1993, violada vaginal y analmente, la causa de la muerte es la rotura del hueso hioides por estrangulamiento. Le sigue por las mismas fechas Luisa Celina Vázquez. Un mes más tarde, la primera desconocida, el primero de muchos cuerpos que pasará a engrosar la reserva de la facultad de Medicina. La cuarta: Isabel Urrea, periodista, del Heraldo del Norte, radio local, la primera reportera que paga con la vida su curiosidad, causa de la muerte: cuatro disparos. Quinta: Isabel Casino, prostituta; Sexta: desconocida, se cree que trabajaba en una maquiladora. Séptima: Guadalupe Rojas, asesinada por su novio a causa de los celos. Octava: desconocida, su cadáver aparece vestido con ropa ajena. En los ocho primeros casos aparecen ya descritos la mayoría de los elementos llamados a repetirse. Las víctimas tendrán el pelo largo, aparecerán vestidas, a veces con ropa ajena, de una talla distinta, muchas serán estranguladas hasta la ruptura del hueso hioides, violadas anal y vaginalmente, algunas incluso bucalmente. Algunas deben su muerte a la violencia machista de novios, padres, hijos, maridos, amigos. Sobrevendrán cadáveres que nadie reclamará, algunos de niñas. La mayoría son obreras, otras prostitutas. Aparecen en cerros o basureros. Muchos testigos narran el momento en que son secuestradas, casi siempre a bordo de un coche negro, Peregrino o Suburban. Una huella de horror aparecerá más adelante para quedarse: el pecho derecho será cercenado y el pezón izquierdo arrancado a mordisco.
Estamos en el año 1993, año del inicio de las atrocidades, en la prensa, el caso que goza de mayor eco mediático es el de El Penitente, profanador de iglesias, un hombre enajenado que orina sobre los altares y mata a una mujer incrustándole un trozo de madera en la vagina. Padece de ginefobia, una enfermedad, nos dicen, muy común entre los méxicanos. Un periodista, Sergio González, del diario La Razón, del DF, es enviado a Santa Teresa para cubrir este fenómeno de sacrilegio religioso. Una vez allí, un párroco aficionado a la novela policiaca le hace una sugerencia, le dijo que «abriera bien los ojos, pues el profanador de iglesias y ahora asesino no era, a su juicio, la peor lacra de Santa Teresa ». Al día siguiente, Sergio despierta con la sensación de haber oído «algo prohibido».
Juan de Dios Martínez, Ernesto Ortiz Rebolledo, Epifanio Galindo, Ángel Fernández, cuatro policías encargados de los numerosos casos de asesinato de entre los cuales sólo el primero parece dar serias muestras de intentar investigarlos, siendo por ello amonestado en varias ocasiones e instado a abandonar las averiguaciones. Mantiene una superficial relación amorosa con una psiquiatra, Elvira Campos, pero el amor no parece tener lugar en la inhóspita ciudad fronteriza. El jefe de la policía, Pedro Negrete, hermano del rector Negrete, a quien conocimos en «La parte de los críticos», simultanea su cargo público con la escolta del famoso narcotraficante Pedro Renginfo. A tal fin se desplaza personalmente a Villahermosa, donde contrata entre otros a Lalo Cura, quien tras un frustrado atentado contra la mujer de Renginfo, pasa a convertirse en quizá el único policía competente del cuerpo. Será el único que ostente un verdadero interés por seguir las pistas que, por otro lado, los no asesinos parecen querer ocultar. En la escena del crimen se hallarán restos de semen, piel, uñas, huellas, pisadas, sangre, marcas de neumáticos; a veces, hasta el arma homicida aflora junto a la víctima. Estas evidencias son analizadas en contadas ocasiones y cuando se hace, sus resultados se pierden misteriosamente.
Las muertes nunca cesan: Emilia Mena, desconocida, Margarita López, Gabriela Marón, Marta Navales, Elsa Luz Pintado, Andrea Pacheco, Felicidad Jiménez, desconocida. Fin del año 1993. El primer cadáver de 1994 es el de Leticia Contreras Zamudio, prostituta. La policía detiene a todas sus compañeras, que son violadas en comisaría por la unidad al completo. Dos de ellas pasarán años en la cárcel injustamente acusadas. No es más que un ejemplo de los desmanes policiales que se suceden por toda la narración. A la muerta le sigue Penélope Méndez, de once años que, como otras niñas, fallece de infarto durante los abusos. Lucy Ann Sander es el cadáver número veintiuno, la única ciudadana norteamericana víctima de los asesinatos. Harry Magaña, el sheriff de Huntville, acude a Santa Teresa en busca de respuestas. No tardará en darse cuenta de que la única manera de conocer la verdad pasa por investigar por su cuenta.
Más cadáveres: América Castro; Mónica Durán, de doce años, sus amigas la vieron entrar sin miedo en un Peregrino negro; Rebeca Fernández, expulsada de la maquiladora donde trabajaba por intentar fundar un sindicato, su cadáver es manipulado por la Cruz Roja antes de la llegada de la policía, para cuando dan con el asesino, su novio, este hacía ya días que se había marchado a los Estados Unidos; Isabel «la vaca»; desconocida; desconocida; Silvana Pérez; desconocida, Claudia Pérez; María de la Luz Romero…
Entra en acción Florita Almada «la Santa», a quien viera la hija de Amalfitano por televisión la noche que huyó con Fate. Esta anciana de setenta años de edad había recibido «la iluminación» hacía sólo diez. Antes de vidente se había empleado como yerbatera. Florita Almada es una mujer buena, sin pretensiones que, a su pesar, adolece de visiones de niñas muertas en el desierto, a veces, entra en trance y habla con voz de hombre, entonces, acusa a la policía de no hacer nada, desvela que algunas van en un carro negro y pide enloquecidamente la actuación del gobernador del estado. Florita es presionada por uno de sus seguidores, el presentador de un «talk show» llamado Reinaldo, para contar frente a la cámara sus experiencias extrasensoriales y llevar a cabo un trance. Cuando Florita es filmada en televisión, hacía casi dos años de la aparición del primer cadáver, y así, de este esperpéntico y espectacular modo, los crímenes son denunciados a la opinión pública por primera vez.
La primera muerta del año 1995 es una desconocida. Esta vez, la policía tarda seis horas en llegar como muestra del cansancio y la falta de interés real que mantienen para con los crímenes. El sheriff de Huntville ha caído en una encerrona y ha desaparecido. Las palabras que el cónsul de su país le dedica son muy elocuentes, «mejor no remover la mierda ». La estrategia inicial de la policía, maquillar todos los delitos bajo el disfraz de los crímenes pasionales o achacarlos a la condición de prostitutas de las víctimas, empieza a caer por su propio peso. En julio, la asociación feminista de la ciudad, Mujeres de Sonora por la Democracia y la Paz, de tan sólo tres afiliadas, protestan por primera vez. En agosto, aparece el cadáver de Estrella Ruíz Sandoval, de diecisiete años. Epifanio Galindo, sin preparación, es el encargado de llevar el caso ante el exceso de trabajo de los judiciales. Los cadáveres empiezan a aparecer con el pecho derecho cercenado y el pezón izquierdo arrancado. Ante los últimos acontecimientos, Ernesto Ortiz Rebolledo, Pedro Negrete y Ángel Fernández, junto con un responsable de la cámara de comercio y el presidente municipal de Santa Teresa, deciden abordar la hipótesis del asesino en serie, «como en las películas de gringos ». Cuando Galindo decide encarcelar a Klaus Haas acusado de ser el dueño del ciber café al que iba con frecuencia Estrella Ruíz Sandoval y de tener un colchón con sangre menstrual («un hombre normal no coge con una mujer que sangra »), la ciudad entera se da por satisfecha.
Reaparece en la narración Sergio González. A pesar de que ahora está empleado en la sección de cultura, el recuerdo de los crímenes lo atormenta. En una conversación con una prostituta ésta le advierte de que las víctimas no son otra cosa que trabajadoras, mano de obra barata . Este aspecto, el económico, había sido hasta ahora pasado por alto por el periodista. Tal vez sea este el motivo de la nula repercusión social de los asesinatos, intuye. Y así será, como tendremos ocasión de comprobar.
A los quince días de haber ingresado en prisión, Haas da su primera rueda de prensa. Sergio González acude esta vez por propia iniciativa. Durante el encuentro, la abogada del detenido se las ingenia para hacerle llegar al mexicano un papel con un número de teléfono. ¿Por qué a él? Esa noche, periodista y preso se ponen en contacto, Haas le descubre que en la cárcel todos saben que es inocente.
Finaliza el año 1995. A comienzos de 1996 Haas da una nueva rueda de prensa, esta vez con menos afluencia de medios. Allí hace un llamamiento a la razón interrogando sobre la imposibilidad de que continúen los asesinatos estando él, supuesto asesino, entre rejas. En marzo, Florita Almada acompañada por un grupo de feministas reaparece en televisión para apelar de nuevo al gobernador de Sonora. En abril, la prensa local se niega a publicar la foto de una desconocida hallada muerta. En junio, feministas del DF denuncian a toda la nación lo que ya lleva tres años ocurriendo. En julio muere Linda Vázquez, la primera víctima hija de una familia adinerada. No tardan en detener a cuatro miembros de una banda conocida como Los Caciques, que se autoinculpan. Dos de los presos más despreciables del penal de Santa Tersa, Gómez y Farfán, los capan y asesinan mientras algunos policías se divierten y sacan fotos. Según Haas, se trata de un encargo de la familia Vázquez.
En diciembre de 1996, dos niñas de trece y quince años son obligadas a entrar en un Peregrino negro camino de la escuela. Sus hermanas menores acuden a una vecina en busca de ayuda, pues su madre se encuentra trabajando en una maquiladora de propiedad estadounidense. Las mujeres intentan desesperadamente avisar a la mamá de las pequeñas. Al telefonear, la operadora les informa de que durante las horas de trabajo está terminantemente prohibido recibir llamadas privadas y cuelga. En un segundo intento, simplemente, se les deja esperar al otro lado del hilo telefónico hasta que el dinero de la cabina expira. Pasa el tiempo y no se emprende ninguna investigación. Cuando Juan de Dios Martínez, indignado, solicita explicación, Ortiz Rebolledo le explica que hace días que el grupo operativo encargado de localizar el coche donde habían sido secuestradas las niñas había sido disuelto por órdenes de arriba. Al parecer, la mayoría de los jóvenes adinerados de Santa Teresa conducen un Peregrino negro. Decide investigar por su cuenta y ordena derribar la puerta de una casa donde había estado aparcado durante días un automóvil de estas características a pesar a la recomendación, una vez más, de «no mover la mierda». Allí se exhiben ambos cadáveres en descomposición; uno, tendido boca abajo sobre la cama, el otro, atado debajo de la ducha. No es más que un ejemplo de las prolijas descripciones que se suceden sin parar en esta parte.
Antes de culminar el año, se abre una nueva hipótesis: tal vez los asesinatos se deban a la grabación de «snuff- movies». La policía se apresura a desmentir esta versión. Sin embargo, un corresponsal argentino que, de camino a Los Ángeles se detiene tres días en Santa Teresa para perfilar una crónica de la ciudad, accede sin demasiado esfuerzo al visionado de una de estas grabaciones.
Los miembros de la banda Los Bisontes son detenidos como acusados de los asesinatos. La prueba final en su contra la constituye una supuesta vinculación con Klaus Haas. El presidente municipal se apresura a declarar en los medios el fin de la criminalidad en Santa Teresa. Una noche de improviso, Sergio González recibe la llamada desmoralizada de Haas, en ella le habla de la voluntad con la que la policía logra prolongar su encarcelamiento.
A mediados de 1997 Albert Kessler, experto en asesinos en serie, es invitado por primera vez a Santa Teresa. Sabemos que no será la última, pues siete años más tarde coincidirá en un café de la frontera con su compatriota Óscar Fate. La atenta mirada del investigador se centra principalmente en el trazo geográfico de la ciudad, en las colonias dejadas de la mano de Dios imperadas por narcotraficantes, en los basureros clandestinos que visita desembarazándose hábilmente de su escolta. La opinión pública confía ansiosa en «el milagro científico, el milagro de la mente humana puesta en marcha por aquel Sherlock Holmes moderno ». Nada de ello sucede. Por el contrario, el norteamericano es clandestinamente perseguido por un coche de la policía sin identificación las veinticuatro horas. El jefe de la policía, Pedro Negrete, ni siquiera se interesa en recibirlo.
Por las mismas fechas, Haas da de nuevo una rueda de prensa. En ella anuncia súbitamente la revelación del nombre del asesino, Antonio Uribe, dice, narcotraficante, protegido de Fabio Izquierdo y Pedro Renginfo, poseedor de una flota de más de cien camiones que cruza diariamente a los Estados Unidos. Un único periódico se hace eco de la noticia, La Raza de Green Valley. Su redactor, Josué Hernández Mercado, desaparecerá. Nada parece indicar que este desvelamiento dé carpetazo al misterio ni que se trate efectivamente de la verdadera identidad del culpable. No satisface en modo alguno las expectativas del lector.
Sergio González recibe una misteriosa llamada final. Una de las diputadas más poderosas del DF, perteneciente al PRI, Azucena Esquivel Plata, solicita tener de forma urgente una entrevista con él. La mujer, de gran carisma, hija de una tradicional e influyente familia mexicana, «la más más», conduce secretamente a Sergio hasta una lujosa mansión. Allí, delante de un tequila le cuenta la historia de Kelly Rivera. María Luz era el verdadero nombre de Kelly y había sido la mejor amiga de la diputada en su niñez. Con el paso de los años no habían deteriorado nunca su cariño recíproco, a pesar de que últimamente se veían menos debido al absorbente trabajo de Kelly, supuestamente, dedicada a la organización de fiestas y eventos. Un día, Kelly desaparece en Santa Teresa. Esquivel Plata investiga y descubre que su amiga en realidad se dedicaba a arreglar el plantel de prostitutas que debían acudir a las orgías de los hombres importantes de Sonora. Su último trabajo había sido para la familia Salazar Crespo. La diputada acude en persona a la ciudad y se entrevista con Ortiz Rebolledo. No tarda ni un segundo en darse cuenta de la corrupción reinante y contrata a un detective privado lo más alejado posible del funcionariado público. Al parecer, Kelly no sólo había trabajado para banqueros como Salazar Crespo, también para empresarios sonorenses, dueños de maquiladoras, narcos, etc. Los nombres se acumulan, Kelly había estado empleada para Fabio Izquierdo, Estanislao Campuzano, Conrado Padilla, Sigfrido Catalán… El detective, anciano, fallece y Esquivel Plata es bien consciente de que no puede acudir con sus informaciones a la policía. Sin embargo, cree en el poder de la prensa. Ordena a Sergio González que «agite el avispero» sin miedo, ella estará a su lado. Alguien ha matado a la mujer equivocada. Ahora sí, los crímenes saldrán por fin de su marginalidad.
Con la descripción ciento nueve termina «La parte de los crímenes». Finales de 1997, desconocida de aproximadamente dieciocho años, restos hallados en una bolsa.

La parte de Archimboldi

E) La parte de Archimboldi
Hans Reiter nació en 1920 en una minúscula aldea prusiana. Hijo de una mujer tuerta y un hombre cojo excombatiente de la Primera Guerra Mundial, la biografía de Reiter no se corresponde en absoluto con la vida de ningún literato conocido. Su hobby de infancia es el buceo y el único libro que parece interesarle durante la primera etapa de su vida es un manual divulgativo sobre algas, Algunos animales y plantas del litoral europeo, que lo acompañará toda su vida. Mal estudiante y poco trabajador, su madre lo introduce en la casa solariega del baron Von Zumpe como criado después de varios intentos fallidos por darle al muchacho una profesión. Para entonces habrá nacido su hermana pequeña Lotte, diez años menor y ferviente adoradora de Hans, a quien cree un gigante bondadoso debido a su gran altura y enorme corazón.
La casa es ocupada eventualmente por un sobrino del barón, Hugo Halder, hijo de un pintor francés retratista de cadáveres de mujeres muertas, el primer y único amigo de Hans, responsable del aumento del caudal de sus lecturas más allá del manual de algas. En ocasiones, se deja ver por la casa la hija del barón, la baronesa Von Zumpe, de la que Halder se encuentra perdidamente enamorado.
Hans Reiter es llamado a filas por el ejército del Reich, ingresando en la unidad hipomóvil, destinada al Frente Oriental. El joven se separa de su familia perdiéndoles la pista por algún tiempo y marcha a la guerra pese a su deseo expreso de combatir en un submarino contemplando algas. A estas alturas de su vida no se tiene constancia de que haya escrito una sola línea ni tampoco leído demasiado. Se separa para siempre de su amigo Hugo Halder, aunque no de su prima la baronesa, con quien coincidirá en Rumanía estando él de misión militar y siendo ella la amante del general nazi Entrescu, de cuya suerte atroz nos enteraremos posteriormente.

Pasan los años en el Frente y un día el joven Reiter da a parar a una aldea ucraniana a orillas del Dnièper, no sabemos si antes o después de la famosa batalla. Allí, con su unidad decididamente mermada por las circunstancias, se instala solo en una isba abandonada huyendo de la locura que asola la tropa. Maltrecho y herido, pues Hans había recibido un balazo en la garganta que lo dejaría sin habla algún tiempo, da vueltas por la casa en busca de algo que pueda servirle de venda, tal era la situación de su unidad. Es entonces cuando se produce quizá el momento más importante de toda su vida: halla el escondite de una familia judía ingeniosamente tallado detrás de la chimenea, en su interior, guardado con celo, el diario del malhadado Borís Ansky. Es entonces cuando conoce por primera vez la existencia del pintor renacentista Giuseppe Arcimboldo, consuelo intelectual de Ansky, pero también se da de bruces con el testimonio de una mente libre e imaginativa perseguida por el régimen de Stalin, de un anónimo agitador cultural del Moscú de la época, de un soldado del ejército rojo, de un hijo asolado por la pena y el hambre de sus padres, de un judío perseguido, pero sobre todo, de un escritor. Un escritor desconocido, un escritor que dejará que otro publique sus textos de ciencia ficción como propios y pague por ello con su vida, un escritor en constante huida, un escritor de cuya muerte Reiter se autoinculpa, pero un escritor al fin de al cabo, el primer escritor fundamental en la formación del futuro Archimboldi.
Finalmente Reiter desierta del Ejército Nazi poco antes de acabar la guerra, no sin antes conocer el triste final del amante de la baronesa Von Zumpe, el general Entrescu, empalado por sus propios hombres en el castillo donde disfrutó de la compañía de sus amigos. En 1945 se rinde a unos soldados americanos y es trasladado a un campo de prisioneros. Otro capítulo de suma importancia acontece en su vida atormentándolo para siempre y contribuyendo definitivamente a su desaparición: estrangula a su compañero de barracón, un alto mando del Tercer Reich que en las postrimerías de la rendición, excusándose en la celeridad de los acontecimientos, organizó una partida de niños polacos convenientemente manipulada para lograr el rápido fusilamiento de más de un centenar de judíos.
Es liberado y marcha a Colonia donde entrará a trabajar como portero de un prostíbulo y donde forma lo más parecido a un matrimonio que tendrá en toda su vida con una joven con claros síntomas de inestabilidad mental, Ingeborg, a quien conoció antes del fin de los combates, mientras buscaba a Hugo Halder. Comienza la época más frenética de Hans Reiter. De un día para otro se sienta a escribir, finaliza su primera novela, se cambia de nombre por miedo a ser juzgado y consigue, tras tres infructuosos intentos, ser publicado por una antigua y prestigiosa editorial alemana. Hans Reiter se ha convertido ya en Benno von Archimboldi. Su editor, el Señor Bubis, es un judío alemán exiliado en Londres durante la Guerra y desde el comienzo apoyará a Archimboldi sin reservas a pesar del escaso éxito de sus primeros escritos. Ingeborg muere en Italia, durante un viaje y Archimboldi se convierte así en un introvertido y desaparecido hombre errante. A partir de ahora sólo el editor y su mujer serán eventuales conocedores de su paradero, ciudades diversas donde trabajará de jardinero pese a los crecientes ingresos de sus libros. La identidad de la misteriosa señora Bubis, amante de Hans, resulta una de las mayores sorpresas de la novela: se trata de la versátil baronesa Von Zumpe.
«Y llegamos finalmente a la hermana de Archimboldi, Lotte Reiter ». La hermana pequeña de Hans, su adoradora incondicional, que sin embargo ignorará la mayor parte de su vida la ubicación de éste así como su condición de escritor. El azar quiere que un día Lotte, siendo ya anciana, compre un libro de Archimboldi en el aeropuerto, descubriendo accidentalmente la verdadera identidad de éste. Consigue contactar con su desaparecido hermano gracias a la Señora Bubis. Pero no es únicamente amor lo que mueve a Lotte al reencuentro, esta vez necesita verdadera ayuda, su hijo, es decir, el sobrino de Archimboldi, Klaus Haas, se encuentra encarcelado en una extraña ciudad mexicana, Santa Teresa, acusado de los brutales asesinatos de mujeres que tienen periódicamente lugar en el estado de Sonora desde 1993. El texto conecta así todas sus ramas al bulbo.