martes, 30 de marzo de 2010

La parte de los críticos

A) La parte de los críticos
Como en un chiste, un español, un francés, un italiano y una inglesa van en busca de un escritor alemán desaparecido. Cuatro críticos, cuatro profesores de universidad, cuatro incansables lectores en busca de un autor de extraño nombre italiano con reminiscencias de la vieja aristocracia germana, Benno Von Archimboldi, del que sólo se sabe que es prusiano y debió nacer en el periodo de entreguerras. Nada indica que el novelista desee ser encontrado, es más, todo apunta a que él mismo ha tomado las medidas oportunas para su propia desaparición. Sin embargo, estos cuatro críticos fisgones siguen con incansable celo las poquísimas pistas de aquel a quien ha tragado la tierra.
Jean- Claude Pelletier, el francés, se ve súbitamente deslumbrado a los diecinueve años por la lectura de Archimboldi. Cuando descubre al alemán nadie parece conocerlo, ni críticos ni aficionados, siendo su obra de difícil acceso y confundiéndolo la mayoría con el pintor renacentista Giuseppe Arcimboldo, quien inaugura la larga lista de personajes con correlato histórico en la novela. El hallazgo del alemán se debe al capricho de las jóvenes lecturas de universitarios ociosos. Quiere el destino que Pelletier lo dé a conocer al país galo con un éxito veloz, convirtiéndose en especialista y traductor de su obra. El joven Jean- Claude consigue una plaza de catedrático en la Sorbona.
Piero Morini, el italiano, es el único de los protagonistas cuya vida académica se percibía ya trazada antes de interesarse definitivamente por la obra archimboldiana. Obligado a desplazarse en silla de ruedas, Morini es también el mayor en edad de todos los personajes, lo que le confiere un carácter más calmado y reflexivo tanto para exaltaciones amorosas como para ímpetus literarios relacionados con la pesquisa biográfica del alemán.
Manuel Espinoza, el español, se nos describe como un joven y poco sociable estudiante de filología española. Su incursión en la literatura alemana procede de los círculos literarios madrileños, los cuales frecuentaba debido a su frustrada y al punto cómica pretensión por ser escritor. Apodado como «Werther», quizá Espinoza sea el más sentimental e inseguro de todos. El impulso principal por el que se especializa en la obra de Archimboldi parece ser la necesidad de sentirse respetado junto con el rencor ante sus antiguos amigos escritores.
Liz Norton, la inglesa, joven, impulsiva, perspicaz, inteligente, guapa, con un pasado amoroso digno de reseñar (frente a la aparente soledad de los otros tres), despreocupada y dotada de un fuerte magnetismo por el que sus colegas se verán irresistiblemente atraídos, accedió a Archimboldi por casualidad. Su aparición en la manida escena universitaria es advertida como providencial. Norton significa una mirada distinta, un soplo de aire fresco, una vitalidad en la que todos querrán envolverse.
Los cuatro se transforman en especialistas y los cuatro parecen mantener la misma postura con respecto a la obra del escritor, postura que al parecer los enfrentará con otra facción de críticos archimboldianos. Como académicos que son, su vida transcurre entre artículos y congresos, donde se encontrarán frecuentemente. Gozan de una vida no demasiado apasionante que sin embargo logran revestir de interés gracias, precisamente, al misterio de la desaparecida vida del gran novelista prusiano. La pista de tales investigaciones ayuda a la creación de vínculos cada vez más estrechos entre ellos que finalmente desemboca en un triángulo amoroso de tintes adolescentes entre Norton, Pelletier y Espinoza, del que Morini será confidente imparcial.
La suerte y la fama de las distintas novelas del autor eran muy diferente en cada país, si bien en ninguno de ellos disfrutaba de gran consideración, lo que hacía de su búsqueda tarea ardua. La indagación será llevaba a cabo mediante un concienzudo rastreo de revistas minoritarias, artículos sin pena ni gloria, diccionarios de literatura alemana sin demasiada seriedad, algún que otro cotilleo, etc. Gracias en parte al trabajo de los personajes, la notoriedad del autor irá en aumento sucediéndose los congresos que facilitarán sucesivamente la búsqueda.
Se convierten en auténticos detectives del papel impreso, sabuesos rastreadores de tinta sobre la que basan el grueso de sus exploraciones. Apenas cuentan con una poco fiable anécdota por parte de un suavo, que dice haber tropezado con Archimboldi en la posguerra, y el inconexo testimonio de su anciana editora, la señora Bubis. Sus únicas informaciones coincidentes son vagas impresiones sobre su apariencia física, delgado y altísimo, como si en vez de un ser humano Archimboldi fuera un alga marina.
Como caída del cielo, dan fortuitamente con la ubicación del alemán. Un estudiante mexicano de intercambio en Europa les habla de un hombre, un intelectual apodado El Cerdo, que, según él, había ayudado a Archimboldi a desplazarse desde México DF al Estado de Sonora ¿Sonora? ¿Dónde está Sonora? ¿Por qué Sonora? ¿Qué hace Archimboldi en la frontera de México con Estados Unidos? Sabemos que uno de ellos, Morini, escuchó una vez hablar de este lugar, donde se estaban llevando a cabo terribles asesinatos contra mujeres, pero no lo recuerda. Es entonces cuando Norton, Pelletier y Espinoza emprenden viaje a la siniestra ciudad de Santa Teresa, capital de Sonora. El italiano se disculpa, en parte por enfermedad, en parte por no creer demasiado en la empresa de hallar al desaparecido Archimboldi.

Una vez en la ciudad mexicana, se pone de manifiesto la incompetencia real de los críticos a la hora de realizar una verdadera investigación. Se moverán en el peculiar y más bien poco interesante círculo universitario sonorense, en el que destaca Amalfitano, el profesor chileno que protagonizará la segunda parte de la novela. Durante el tiempo en que permanecen en la ciudad asisten a algunas fiestas dadas en su honor y apenas dictan un par de conferencias. En ningún momento toman verdadero contacto con la realidad de la población, llena de miseria, explotación laboral, violencia, machismo, abusos sexuales y corrupción. Cada uno a su manera, los tres parecen intuir el horror que se está produciendo en esta inhóspita parte olvidada del mundo. Sin embargo, los críticos abandonarán Santa Teresa sin percatarse de la dura realidad social que viven los habitantes de Sonora, particularmente las mujeres, asesinadas impunemente desde hace años. Por supuesto, regresan a Europa sin noticia alguna de Archimboldi.
En «La parte de los críticos» otras historias se entremezclan en la trama principal a modo de narraciones que aparecen y desaparecen de la vida de los protagonistas. De todas, quizá la más digna de reseñar sea la historia de Edwin Jones, artista plástico que se automutila la mano derecha para colocarla en el centro de un radicalísimo autorretrato final. Piero Morini, a quien Liz Norton ha introducido en la vida del pintor, acude fascinado al sanatorio suizo donde se encuentra ingresado el artista. Su fin: preguntarle el porqué de esta acción castradora. La más inesperada pero también la más coherente respuesta (a tenor del funcionamiento del mercado del arte actual) nos es descubierta: por dinero, lo hizo por dinero. La historia del pintor servirá como telón de fondo del acercamiento creciente entre Norton y Morini siendo su muerte el impulso definitivo para un noviazgo que pone punto y final a las relaciones que Norton había mantenido con los otros dos críticos.
En un momento impreciso de su estancia en Santa Teresa, el crítico español se sobresalta al toparse con un hombre muy alto que bien pudiera ser Archimboldi. En seguida se da cuenta de que no puede tratarse del autor ya que el desconocido parece un agricultor o un ganadero. Sólo al final de la novela, en «La parte de Archimboldi», nos enteramos de que el prusiano simultánea el oficio de novelista con el de jardinero. ¿se cruzaron Benno von Archimboldi y Manuel Espinoza?

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